Blog PIDE
«El laberinto sistémico»
30/11/2025
Alfredo Aranda Platero
Los que dirigen los gobiernos funcionan por connivencias, complicidades y contubernios. Las injusticias se legislan por decreto fantasma.
Protagonistas de este laberinto: titular de la Presidencia de Extremadura, como árbol jefe; titular de la Consejería de Hacienda, como la aprendiz de árbol; titular de la Dirección General de Función Pública, como el subalterno jefe; USAE, como oprimido (y otros).
Declaro el estado de emergencia. Lo podrido emite unos efluvios cuyo pestilente olor no puede ser enmascarado por ninguna declaración de intenciones. Los buitres han dado buena cuenta de la carne exterminada. Las sonrisas y los trajes de gala solo tapan esqueletos desarticulados. Los que dirigen los gobiernos funcionan por connivencias, complicidades y contubernios. Las injusticias se legislan por decreto fantasma. El decreto lo esconden para que no vea la luz. Los vetustos sindicatos guardan el secreto, porque ellos son los instigadores y beneficiarios del desafuero. Los mansos cuidan de las fieras y los arañazos que ostentan son galones para promocionar y convertirse en mansos de primera. El máximo premio para los cortesanos, para los mansos, es convertirse en subalterno jefe.
Yo soy la justicia, dice una aprendiz de árbol que tiene su despacho cara al sol. Y tú un simple juez a mi servicio, no lo olvides, que no tendrá acceso a mis frutos si no te sometes a mis caprichos. Mis frutos están envenenados, dice la aprendiz, y mi sonrisa la cambio por prebendas. No te equivoques, yo soy una cazadora que no da puntada sin hilo, si quieres que mis pupilas no te atraviesen debes venderme tu alma. Pero yo tengo autoridad cuando me enfundo la túnica, le contesta un ilustrísimo, y puedo ser justo o injusto por iniciativa propia o por decisión de otros, depende del pronóstico del tiempo. Pero mío son los ojos, asevera la aprendiz. La aprendiz de árbol es frondosa, pero ignora que tiene las raíces cortas. Su sujeción a la tierra está comprometida.
El árbol jefe no sabe lo que pasa, pero da por buenas las explicaciones ridículas de sus subordinados. No tiene mando en plaza. Su predicador de cabecera, su profeta personal, el precursor de su ministerio, su Bautista confesor, le cuenta lo que debe saber, lo demás son cosas que quedan perdidas en el desierto.
El oprimido se lamenta. La justicia se ríe de sí misma. Los buitres vuelven a tener hambre y dan palmadas con las alas para llamar la atención. Acuden hienas risueñas y cuervos vestidos de blanco. El festín de los despojos de los oprimidos es de postín. Unos dan buena cuenta de los entresijos viscerales y otros se meriendan lo que sobra.
El árbol jefe ya mostró su miedo a que lo talen. Comulgó con ruedas de carro para evitar convertirse en crucifijos y ataúdes. Solo sabe que no sabe nada, aunque no lee a Sócrates. A sus ramas no llega suficiente savia.
El síndrome de Hubris. El Lawfare. El ego catastrófico. El narcisismo ideológico. Yo, mí, me, conmigo. Soy todopoderoso. Soy todopoderosa. Yo puedo conspirar contra ti si me viene en gana, y lo hago por iniciativa propia o por cuenta ajena. Puedo ser asalariado o pagador, pero ante todo soy el mesías de mi voluntad y mi escucha es selectiva, mi sordera es acaparadora. Pero no dudes de que yo juro ser justo, juro ser justa. Juro, después nos echamos unas risas. La democracia está atrapada como un eco dentro de una botella. La botella va a la deriva y no arriba a ningún puerto.
La aprendiz de árbol resulta que no era árbol, era un arbusto. Matorral con ínfulas. Va todos los domingos a misa. Piensa que el perdón lo tiene merecido por derecho propio, que la culpa la dejó escondida en el confesionario de su iglesia. Es inteligente y cruel a partes iguales. Si te mira con los dos ojos date por perdido.
La justicia la guardaron en un cajón bajo llave. La justicia está en los huesos. El subalterno jefe no la alimenta por orden de la aprendiz de árbol. La entierran en una cuneta para que desaparezca la prueba del delito. Al sepelio no acude nadie, solo el subalterno jefe que hace las veces de cura y de alférez provisional comprometido con la causa. Dispara un tiro de gracia en la nuca cadavérica de la justicia con un máuser M1916. Si no hay prueba del delito no hay delito y aquí no ha pasado nada. Ojos que no ven, corazón que no siente. Al subalterno jefe no le gustan los domingos, pero en el pecado lleva la penitencia.
En su descargo dice que era un mandado, que la aprendiz de árbol lo obligó a deshacerse de la justicia. El tiro de gracia lo dio por caridad cristiana y por cuenta propia.
El árbol jefe a cuyas ramas no llega la savia, la aprendiz de árbol que, en realidad es un arbusto y el subalterno jefe al que no le gustan los domingos, pero en el pecado lleva la penitencia, los tres se han conjurado para no hablar más de la muerte de la justicia. El lugar donde está enterrada es secreto, una cuneta de tantas. Una cuneta a tientas.
Cuando se ven se miran y sus miradas delatan lo que han hecho. Pero no tienen remordimientos. El remordimiento es para los pobres y para los justos. Los justos pobres, los pobres justos. Las togas, dicen, nos las ponemos por los pies o nos las entramos por la cabeza. Algunas togas están en nuestros armarios, indican. En los armarios también esconden muertos. Los muertos no hablan. Y si hablaran, el subalterno jefe les llenaría de silencio con el máuser M1916. Aún le quedan balas y las balas hay que aprovecharlas.