Si
                  el pasado 8 de marzo de 2019 se movieron 6 millones de personas
                  por la igualdad, el 8 de marzo de 2020 la movilización
                  será aún mayor; porque vindicar el derecho de
                  las mujeres a ser iguales es una obligación que no debemos
                  descuidar ni por un momento; lo contrario sería dar pábulo
                  a aquellos que defienden una sociedad «viejuna»
                  que trata a las mujeres como sirvientas.
Cuando no pocos justifican la razón por
                  la que no apoyaron la huelga del 8 de marzo desligándose,
                  por tanto, de las reivindicaciones que latían con una
                  fuerza imparable en todos aquellos, que somos mayoría,
                  que sí nos pusimos del lado de las mujeres; cuando, una
                  vez más, los sindicatos de clase intentaron minimizar
                  el impacto de la huelga con convocatorias de solo 2 horas de
                  paro paralelas a las originales de 24; cuando escucho a dirigentes
                  políticos con ínfulas presidenciales decir que
                  no secundaron la huelga por estar politizada, y lo hacen en
                  un escenario preelectoral secundado a sus espaldas por un nutrido
                  grupo de mujeres del partido haciendo gestos de asentimiento
                  con una actitud cortesana. Cuando todo eso pasa tengo la certeza
                  de que el machismo congénito, con el que algunos, y también
                  algunas, conviven, evidencia que queda demasiado por hacer todavía
                  para bajar la guardia.
La igualdad ya no tiene vuelta atrás,
                  por mucho que se resistan los nostálgicos del patriarcado.
                  La sociedad moderna, para ser sociedad y para ser moderna, se
                  tiene que asentar en una igualdad real donde la discriminación
                  esté tipificada en el código penal.
A la sociedad española le está
                  costando mucho salir del pozo de la discriminación; a
                  los españoles le inyectaron en vena el germen del nacionalcatolicismo
                  que vertebró la dictadura franquista y que tanto daño
                  hizo a la sociedad entera, mandando a las mujeres a casa con
                  la pata quebrada y sujetas a la voluntad de los maridos para
                  siempre.
El 8 de marzo de 2019 ha sido, como lo fue el
                  de 2018, una bocanada de aire fresco, una demostración
                  de que la mayoría de la sociedad quiere alejarse del
                  rancio legado de los tiempos oscuros y abrazar un mundo nuevo
                  donde cualquier tipo de discriminación este abolida y
                  solo forme parte de los libros de historia.
En la educación empieza todo, en casa
                  y en la escuela. La educación mata el germen de la ignorancia
                  que está en la base del problema; actitudes erróneas
                  transmitidas de generación en generación, propagadas
                  como una enfermedad infecciosa, que se asientan en la sociedad
                  por el peso de la costumbre.
La sociedad debe ponerse frente al espejo y
                  ver sus errores, e intentar emanciparse de ellos para crecer
                  libre de las doctrinas que corrompen la natural inclinación
                  del ser humano a la equidad: un niño, libre de doctrinas
                  calculadas, no odia, no discrimina, no margina, no excluye,
                  no segrega… eso viene después, cuando asume de
                  la sociedad y de la familia, por contagio, las conductas que
                  lo alejan de su primigenia esencia.
Sabemos qué hacer para trabajar por la
                  igualdad desde casa y desde la escuela, lo que no le quita ni
                  un ápice de dificultad pero allana el camino, centra
                  el objetivo, que no es poca cosa, para afrontar el reto de llegar
                  a una sociedad libre de discriminación. Seguimos.