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«Caballo
andaluz & burro manchego»

14/04/2015
Alfredo Aranda Platero
Vicepresidente del Sindicato PIDE

Cada
vez que un presidente o un ministro toman posesión de su
cargo, juran velar por la constitución y hacer cumplir
sus prescripciones. Y lo hacen sabiendo que sus antecesores no
cumplieron el juramento y que ellos, probablemente, tampoco lo
cumplan.

El
presidente Mariano Rajoy prometió, en su discurso de investidura,
trabajo para los españoles, una economía solvente,
liderazgo en Europa, habló de la libertad, de la igualdad,
de la justicia y de la solidaridad que se desprende de la Constitución,
habló de una cartera básica de servicios para todos
los ciudadanos, habló y habló y siguió hablando
pero en nada han quedado sus palabras. Podemos decir que Rajoy
tuvo «una arrancada de caballo andaluz» y ha terminado
en «parada de burro manchego».

No
le van a la zaga sus ministros, el más recalcitrante de
todos es el señor Wert que con su LOMCE daña a la
educación pública cediendo, por ejemplo, a las presiones
para insertar la religión en el currículo básico
al mismo nivel que otras materias. Una ley que reduce la inversión
en la escuela pública y la aumenta en la privada (con conciertos
innecesarios), que segrega, que limita la autonomía de
los centros. Una ley impuesta, sin consenso, descontextualizada
y llamada a la derogación tras el más que previsible
cambio de gobierno, solo se le ocurre a un megalómano como
el ministro Wert.

La
universalización de la enseñanza es una conquista
social irrenunciable que ha sido posible por la aplicación
de políticas sociales, pretender ahora privatizar la enseñanza
pública debería ser entendido como un caso de corrupción
política, dado que la privatización de lo público
es un ataque directo a los pilares fundamentales en donde la sociedad
se asienta. Un gobierno elegido por el pueblo no puede ir en contra
de los intereses del pueblo. Los dirigentes del Estado tienen
la obligación inexcusable de proteger los servicios públicos,
como garante de la igualdad social, de lo contrario estarían
deslegitimados para dirigir los designios del país. «Quien
no sabe gobernar es siempre un usurpador» (Carlo Bini, 1806-1842).

A
estas alturas de la función de teatro nadie se extraña
de que los partidos que han gobernado este país durante
décadas, que son como las dos caras de una misma moneda,
están en franca decadencia. A pulso se han ganado su desprestigio.

La
corrupción se ha convertido en el motor de muchas organizaciones
políticas, de ella se alimentan, con ella construyen sus
sedes o financian sus campañas electorales o, simplemente,
se dan la vida padre. Los partidos que albergan en su seno casos
de corrupción han perdido gran parte del apoyo popular,
pero aún cuentan con muchos prosélitos incondicionales
que mantienen una lealtad férrea. En Valencia, epicentro
de la trama Gürtel, o Madrid con ramificaciones gürtelianas,
siguen ganando las elecciones el partido popular. En Andalucía,
ni el caso de los ERE ha separado al partido socialista de la
victoria electoral. Decía Simone de Beauvoir que «el
opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices
entre los propios oprimidos». El Gürtel y los ERE podrían
ser un ejemplo de la gran verdad que contiene la cita de Simone,
pero elevado a la enésima potencia: ¿Cómo
puede ganar la corrupción en las urnas? Parece un caso
de estrechamiento colectivo del campo de la conciencia.

La
educación vuelve a ser la respuesta, una educación
que forme a personas críticas, íntegras, con un
alto sentido del honor y la moral. Una educación liberadora
que rompa los diques a los que nos someten las religiones y las
ideologías impuestas.

HOY