Una
                vez más se vuelve a desempolvar el viejo debate sobre la
                conveniencia o no de mandar tareas escolares para que los alumnos
                hagan en casa. Una polémica cíclica e impostada
                que la misma asociación de siempre se encarga de poner
                en el candelero en determinados momentos, un debate artificial
                cuya intencionalidad no termino de entender. El desarrollo, entre
                otros, de hábitos de trabajo individual, de esfuerzo, de
                responsabilidad, de autonomía., son objetivos que vertebran
                toda la legislación educativa y que están considerados
                por todos los expertos en educación como fundamento del
                éxito escolar. ¿Por qué, nuevamente, se pone
                en tela de juicio la idoneidad de crear hábitos de estudio
                en los alumnos? ¿A quién beneficia este debate?
                Los deberes escolares además de suponer una práctica
                de los conocimientos impartidos en la escuela, tienen la misión
                trascendental de crear el hábito de estudio necesario para
                poder afrontar la creciente complejidad de los cursos superiores.
                Si el alumno no tiene esos hábitos adquiridos en primaria,
                cuando llegue a los cursos de secundaria estará en un serio
                aprieto para poder afrontar las necesidades de estudio.
                Está claro que el niño debe conciliar la vida escolar
                con la familiar y lúdica, pero los vendedores de humo,
                esos que demonizan el hábito de trabajo, quieren ir más
                allá: que el niño de primaria no tenga tareas escolares.
                Muchos padres saturan a sus hijos con clases de kárate,
                danza, teatro, pintura o música; por cierto, que de esta
                última tendrán el instrumento elegido en casa para
                practicar lo que aprendan en el conservatorio o en la escuela
                de música. Los grupos pro-no-tareas parece que tienen poco
                que decir ante esta sobrecarga de actividades. Los docentes no
                se inmiscuyen en la decisión de los padres de cargar, más
                o menos, a sus hijos con actividades extraescolares, por tanto
                nadie, ni siquiera los padres, tiene por qué decir a los
                profesores cómo hacer su trabajo.
                Es necesario para la evolución normal del niño que
                tenga tiempo para jugar y para socializarse, eso está fuera
                de toda duda, y que también pueda aprender música
                o teatro, aprendizajes que son muy apropiados para desarrollar
                el intelecto. Pero las tareas escolares adaptadas a la edad del
                niño deben tener su espacio en el tiempo del alumno, debe
                ser lo primero que se planifique.
                Otro torpe argumento de los defensores de no crear hábitos
                de trabajo en el niño, es que hay padres que no pueden
                ayudar en las tareas escolares a sus hijos y otros sí,
                dependiendo de la disponibilidad de los padres o del nivel cultural
                que tengan. Los progenitores o tutores legales no necesitan saber
                nada de matemáticas o de geografía para establecer
                un horario de estudio a su hijo, además es un grave perjuicio
                que los padres hagan las tareas a sus vástagos; los deberes
                los ponen los docentes y son estos los que tienen que corregirlos
                y detectar las dificultades para darles solución.
                Las asociaciones que defienden el «no a las tareas escolares»,
                pocas afortunadamente, una si acaso, parece que están mal
                asesoradas, dado que es difícil llegar a entender la razón
                por la que pretenden poner palos en las ruedas al futuro de los
                alumnos, a su éxito escolar.
                «Somos el resultado de lo que hacemos repetidamente. La
                excelencia entonces, no es un acto, sino un hábito»,
                decía Aristóteles. La práctica en casa, el
                hábito de trabajo y la rutina de estudio sentarán
                las bases del éxito escolar. Y si estos pilares los regulamos
                de forma sensata para que el niño pueda tener su tiempo
                de esparcimiento familiar y de juegos con otros niños,
                tendremos la fórmula del éxito o, al menos, habremos
                puesto en liza todos los ingredientes para conseguirlo. Pretender
                lo contrario, que el niño no tenga ninguna responsabilidad
                con sus tareas escolares, que no adquiera hábitos de estudio
                o de trabajo y que se mueva a su libre albedrío, es la
                exacta fórmula del fracaso. Incomprensible es que ciertas
                asociaciones defiendan el modelo del fracaso frente al modelo
                del éxito.
                El fracaso escolar es un lastre para cualquier sociedad por ser
                un factor que provoca exclusión social. Y lo estamos viendo
                ya en la sociedad, chicos y chicas que ni estudian ni trabajan
                en un porcentaje que es preocupante. La educación debe
                dar respuesta a esta realidad que amenaza con convertirse en un
                problema endémico. Las causas del fracaso pueden estar
                relacionadas con el propio alumno y su cese en el esfuerzo, con
                factores socioeconómicos o, incluso, con el propio sistema
                educativo, así como con todos estos motivos imbricados
                entre sí. Es evidente, por tanto, que la Administración
                debe dar una respuesta integral que tenga en cuenta todos los
                factores susceptibles de provocar el fracaso del alumno. Pero
                lo que queda claro es que el hábito de estudio, adaptado
                a la edad del alumno, es una de las estrategias necesarias para
                culminar con éxito el reto que, sin duda, supone adquirir
                cualquier título académico.