Los políticos
                  suelen servirse de los datos estadísticos para convencer
                  a los ciudadanos -y a veces votantes- de lo bien que lo hacen
                  ellos y lo mal que lo hacen o hicieron los otros. Cuando se
                  recurre a las estadísticas para demostrar algo suele
                  ser porque los ciudadanos no percibimos realmente lo que se
                  pretende demostrar. Así, se convierte en una obsesión
                  el demostrar estadísticamente la verdad infalible del
                  crecimiento económico, descenso del desempleo, kilómetros
                  de autovías, etcétera. Y si los datos no son buenos,
                  se comparan con los datos de los países o regiones que
                  están peor, que así es como se consuela a los
                  tontos, con los males de muchos.
Sarcásticamente,
                  se suele definir a la estadística como esa ciencia en
                  la que una persona come un pollo, otra no come nada y cada uno
                  de estos dos estómagos, estadísticamente, tocan
                  a medio pollo… Un tema tan importante para el desarrollo de
                  una sociedad como es la educación suele prestarse a este
                  tipo de juegos estadísticos: días de clase, ordenadores
                  por alumno, contratación de profesores, alumnos que superan
                  la selectividad, etc.
Las estadísticas
                  en ocasiones enmascaran la realidad. Según el último
                  censo, en Alemania había 587 televisores por cada 1.000
                  habitantes, y en España 558. ¿Este dato demuestra
                  la convergencia real con nuestros socios europeos! -dirían
                  algunos-. Pero mirando los anuarios estadísticos un país
                  sorprende: Qatar. A pesar de sus riquezas petrolíferas,
                  su calidad de vida, difícil de medir en las estadísticas,
                  debe de estar muy alejada de la de la Unión Europea.
                  Y así es, pero curiosamente Qatar tenía 896 televisores
                  por cada 1.000 habitantes.
Desde hace
                  algunos años da la impresión de que los políticos
                  están obsesionados con que la convergencia con la Unión
                  Europea se alcance a toda costa, y claro, mejorar unas estadísticas
                  puede resultar rápido y hasta barato. Por ejemplo, desde
                  el Ministerio de Educación y las Comunidades Autónomas
                  se ha pretendido equipararnos a Europa en el número de
                  días lectivos. Es muy fácil, se decreta y por
                  arte de magia «estamos en la media europea», ¿tenemos
                  un calendario escolar con más días que los alemanes!
                  O se nos moderniza a base de ordenadores, ¿tenemos más
                  ordenadores en los institutos que los nórdicos! Ahora
                  bien, la percepción negativa que la sociedad tiene de
                  nuestro sistema educativo y del retroceso en la cultura de los
                  alumnos, no puede cambiarse por decreto y entrar en vigor al
                  día siguiente de su publicación en el BOE. Pero
                  paradojas de la estadística, y de su uso político,
                  el informe de PISA pone a España en su sitio: la calidad
                  de nuestro sistema educativo está muy por debajo de la
                  media europea.
La sociedad
                  pensará que los profesores nos quejamos del calendario
                  escolar porque nos da en nuestras vacaciones. Pobre análisis
                  éste. El problema está en que realmente no se
                  destinan recursos serios a la educación, inversión
                  de futuro de toda sociedad moderna. Se ha apostado por una educación
                  de cantidad, de datos, de forma y no de fondo. Ministerio de
                  Educación o Consejerías, PSOE o PP, da igual,
                  todos han seguido la misma política educativa basada
                  en la demagogia de alcanzar el deseado dato que nos iguale a
                  Europa, el camino rápido y poco sólido de la estadística,
                  de las leyes y decretos sin presupuesto.
No se ha
                  apostado por la calidad, por el éxito a largo plazo para
                  toda una sociedad, como hacen los países serios. La receta
                  es muy fácil, habrá que tomar lo que hacen los
                  países mejor parados en el informe PISA: ratios profesor-alumno
                  bajas (con la metodología que exige la ley no se puede
                  trabajar con 30 alumnos por grupo); atención personalizada
                  a los alumnos rezagados y con pendientes; más profesorado
                  especializado para los alumnos con necesidades educativas especiales;
                  mayor participación de los padres en la educación
                  de sus hijos; más actividades complementarias y extraescolares,
                  y un largo etcétera de soluciones. En definitiva, mucho
                  más dinero para la educación, dato que se les
                  suele pasar a los políticos: estadísticamente,
                  España es de los países que menos invierte en
                  educación de la Unión Europea.
Empezamos
                  un curso que durará desde el 12 de septiembre hasta el
                  23 de junio cuando hace no pocos años se comenzaba y
                  acababa en la primera semana de octubre y junio respectivamente.
                  Tenemos más días lectivos pero en estos años
                  el nivel de los alumnos y la calidad del sistema han descendido
                  a niveles preocupantes. Los profesores comenzamos con ilusión
                  y ganas, pero frustrados porque el sistema educativo no responde
                  a las necesidades reales. Quizá la solución no
                  esté en la cantidad de días de clase, sino en
                  la calidad con que se dan esas clases; pero la calidad es muy
                  difícil de cuantificar y lo que los políticos
                  quieren son números. El dato fácil, como el de
                  los ordenadores por alumno, sirve para rellenar anuarios, memorias
                  y discursos, y el estiramiento del calendario para contentar
                  a las asociaciones de madres y padres, pero ¿saben los
                  políticos y los padres cómo salen sus hijos del
                  sistema educativo? Quizá da igual. Una apuesta decidida
                  por la educación hoy, daría sus frutos en veinte
                  años… ¿qué político mira más
                  allá de las próximas elecciones?, ¿qué
                  padres miran más allá de qué hacer con
                  el niño el día que no hay cole? Pero a fin de
                  cuentas ya no tenemos analfabetos, o eso dicen las estadísticas.
                  JORGE GOZALO GONZÁLEZ es profesor de Instituto